sábado, 2 de marzo de 2013
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Tengo que encontrar la manera de convertir en alas éstas ruedas, tengo que dejar de regalarle al hastío mis días.
Algunas veces me aferro a aquellos días en los que subía a las azoteas de los edificios, sólo para sentarme al borde, no suelto esos días en los que me colgaba por alguna ventana, esos días en los que me acostaba a la mitad de una calle empedrada, quiero retener esos días en los que bailaba o aquellos en los que gritaba por los pasillos de la universidad justo antes de los finales.
Y es que sentarme al borde de los edificios, no era algo suicida, era tan sólo para ver más cerca el cielo, colgarme por las ventanas, no era por estar loca, era simplemente para ver el mundo al revés; acostarme en las calles, era para fundirme con la tierra, bailar era ser libre; gritar no era por llamar la atención, sino que era para despertar, despertarme y sentirme viva.
Y sí, la gente me llamaba loca, me creían extraña, pero no era otra cosa que estar viva, que viajar por la vida con todos mis sentidos alerta, no había día en que no me sorprendiera por algo, no había noche en que no buscara la luna. Todo era sentir, sentir y vivir, vivir y sonreír. Sonreír y después llorar, llorar y después volver a amar.
Arriesgarse, caer, lanzarse a abismos desconocidos.
Todo significaba correr riesgos, cometer errores, hacer tonterías, cosas ridículas. No tener miedo.
Sólo tenía miedo del tiempo que estuviera encerrada después de un castigo, lo demás eran nimiedades.
No me importaba caminar sola a las tres de la mañana después de escaparme de alguna fiesta, sólo porque estaba aburrida, necesitaba adrenalina, necesito adrenalina.
Necesito respirar, despertar, revivir.
Tengo que encontrar la manera de convertir en alas éstas ruedas, tengo que dejar de regalarle al hastío mis días.
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